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Puede que parezca evidente comenzar con un análisis de lo que has plantado, aunque a menudo su importancia sigue siendo ignorada. Si bien todos tenemos dones y oportunidades increíbles, el tipo de semilla que plantamos ––y dónde la plantamos–– establece una gran diferencia en el tipo de cultivo producido. En realidad todo depende de la calidad de la semilla.
Todos los días, todos los momentos, con cada acción, plantas algo. Por lo tanto, la pregunta es: ¿Qué estás plantando, concretamente? ¿Qué efecto cumulativo tienen tus palabras, acciones e intenciones en quienes te rodean y en quienes te sucederán? ¿Cuál será la cosecha que se recogerá de todo lo que plantas a lo largo del tiempo? Desde el exterior, puede que cueste distinguir entre una semilla y una piedrecita. Sin embargo, es evidente que el interior es muy distinto. En la semilla hay vida, mientras que en la piedrecita no hay más que materia rocosa. En la semilla hay vida y existe un potencial para producir vida. Por desgracia, algunos de nosotros nos pasamos la vida plantando rocas sin potencial, ni vida ni frutos.
Cuando las personas observan tu vida desde el exterior, puede que estén impresionadas por que te ven plantar "grandes cosas". Una cuenta bancaria bien aprovisionada, grandes logros, objetivos nobles y una reputación importante. Según las apariencias, eres un granjero exitoso. Sin embargo, ¿qué frutos darán estas "grandes cosas? No importa lo abultada de tu cartera ni lo ambiciosos que sena tus planes. Si lo único que haces es acumular cosas o intentar impresionar a los demás, en cuanto mueras, tu influencia acabará. El tamaño de la piedra no importa. Ya sea una piedrecita o un peñasco, si lo plantas en la tierra, nunca volveremos a verlo. y Jamás podrá dar fruto.
La prueba definitiva para saber si lo que plantamos son verdaderas semillas o sólo piedras se refleja en nuestra motivación para plantar.¿Planto para satisfacer mis necesidades o para satisfacer las necesidades de los demás? En Juan 12.24, Jesús dice:
"De cierto, os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere, lleva mucho fruto"
La semilla se planta en la tierra y, en el silencio del suelo, muere. Sola, se abre para gestar la vida. De la misma manera, tenemos que morir para nosotros mismos ––en nuestros deseos, objetivos y sueños egoístas–– para plantar una semilla que dé frutos. Los seres humanos han sido creados a imagen y semejanza de Dios, como seres espirituales que vivirán una eternidad, ya sea con él o alejados de él. Si invertimos en las vidas de las personas, nuestra herencia se convierte en un roble gigantesco y proporciona vida a las generaciones venideras.
Haz una lista de compromiso, responsabilidades y obligaciones no esenciales que quizá valgan la pena, pero que no durarán para la eternidad.
A la par de cada una, piensa en maneras de eliminar estas cosas de tu vida y remplázalas con otras que sean eternas (Leer la Biblia, pasar tiempo con tu familia, ayudar a otros, orar, diezmar, etc.) Si no puede ser permanente, hazlo al menos durante una temporada.