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Todos queremos dejar una herencia, saber que hemos tenido importancia. Y nuestra herencia está determinada por nuestra manera de ocupar nuestros días. La pregunta es: ¿Perdurará nuestra influencia después de que hayamos muerto?
Pablo era muy consciente de la relación entre los materiales de construcción que usamos y la calidad del producto final. En 1 de Corintios 3.12-14, escribió:
"Si alguien edifica sobre este fundamento con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, heno y hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta, porque el día la pondrá al descubierto, pues por el fuego será revelada. La obra de cada uno, sea la que sea, el fuego la probará. Si permanece la obra de algunos que sobreedificó, él recibirá recompensa"
Todos los días tenemos que escoger los materiales, ya sean temporales o eternos, con los que tenemos que construir nuestra vida. Si quieres asegurar un legado que te sobrevivirá, que pueda soportar la alerta de incendio final, necesitas tres materiales de construcción claves.
Lo primero son tus convicciones, es decir, aquello que representas. Las convicciones son los valores centrales de la palabra de Dios que nunca cambian. Son eternas. Los estilos y las modas vienen y se van, "mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre (isaías 40.8)
Si queremos construir un legado eterno, nuestras convicciones tienen que nacer de la palabra de Dios. Si tus valores fundamentales son producto de la palabra de Dios, nunca cambiarán.
El siguiente material de construcción eterno surge en nuestro carácter. Cuando morimos, no nos llevamos nada excepto nuestro carácter, aquello que somos en nuestro ser interior. Desde el comienzo, Dios siempre ha tenido un plan, y ese plan es hacernos a ti y a mí cada vez más parecidos a Jesús, Su hijo. Su plan es introducir en nuestras vidas exactamente los mismos rasgos de carácter de Cristo. "A los que antes conoció, también los predestinó para que fueran hechos conformes a la imagen de Su Hijo". Romanos 9.29
Los legados eternos se fundan en nuestras convicciones, en nuestro carácter y en nuestra comunidad. Las convicciones y el carácter divino duran para siempre y nuestras relaciones con las personas de Dios también. Si vamos a construir un puente que nos lleve a un destino eterno, necesitamos compañeros de equipo, es decir, personas entregadas a la misma pasión por Dios y su palabra. De otra manera, los puentes que construyamos desaparecerán en medio del aire cuando nuestros cuerpos mueran y dejemos este mundo.
Si construimos nuestra vida apoyándonos en convicciones, en el carácter y en la comunidad, habremos creado una memoria eterna que beneficiará a innumerables vidas por generaciones y generaciones. Habremos dedicado nuestra vida a construir un puente que, al final, conduce a los demás a Dios, y no hay legado más gratificante que eso.